miércoles, 13 de noviembre de 2013

SPNB

Después de lo que había pasado, a ella le resultaba muy raro no poder apoyar la cabeza en su hombro cada dos por tres, y él contenía las ganas de pasar los dedos por su muslo cada vez que se sentaban en algún sitio a descansar.  Ella cantaba y bailaba con sus amigas mientras  bebía una cerveza tras otra mientras él, a unos metros, hablaba con todo el mundo sin parar de mirarla serio.  

Cuando empezó a sonar SPNB ella cerró los ojos un momento y respiró hondo, tragó saliva y empezó a cantar susurrando aquello de encontrarse a las afueras del pueblo, sacudirse la distancia y burlar al tiempo. Sólo sonrió cuando dijo lo de ser los únicos miembros de una sociedad secreta, entonces se miraron entre la gente y cantaron a gritos la última frase de la canción


‘Son preciosos nuestros besos aunque nadie pueda verlos, son preciosos nuestros besos.’

lunes, 14 de octubre de 2013

Conclusión en Do para ukelele

A ver por donde empiezo a contarte lo que sucede, que no puedo alegrarme de verte, que vuelven a mi mente las tardes de invierno en mi salón viendo películas, porque a diferencia de todo lo que ha pasado por mi vida, contigo era todo más de cine que de música, y eso que los dos siempre hemos sido muy de música, muy de saltarla, de beberla, de sudarla y de cantarla mal, pero la resaca nos llevaba siempre a las películas que habíamos visto infinitas veces. Nos dormíamos en casi todas las versiones originales, nos reíamos sin ganas en las comedias y yo lloraba en todas, porque siempre he sido muy de llorar en el cine, en la música y en la vida.

También éramos muy de merendar a las siete de la tarde cualquier cosa que llevase chocolate por encima, por debajo o por dentro. Tú salías de trabajar, parabas en cualquier pastelería que te pillase de camino y llamabas siempre a mi puerta con una bolsa de papel en la mano y una sonrisa. Yo no sé si saltaba a tus brazos porque te quería o porque me traías chocolate. Últimamente intento auto convencerme de lo segundo, y te odio por ello, desde entonces no puedo comer nada que lleve chocolate sin acordarme de ti.


Y aquí estamos, tres estaciones después, rodeados de gente, con una cerveza en la mano viendo un concierto, todo el mundo baila, canta, salta y grita, nosotros no. Yo sólo bebo de mi vaso de plástico, muevo levemente el pie derecho mientras intento ignorar que estás a mi lado estático y haciendo parecer normal una situación que no lo es, así que distraídamente me miras, te acercas a mi oído y gritas por encima de la música un ‘¿Qué tal todo? Hacía mucho que no nos veíamos’

jueves, 26 de septiembre de 2013

La vie en rose

Siempre soñó con conocer París y pasear por esas calles que tantas veces había visto en las películas Francesas, porque a ella el cine francés le gustaba por mucho que la gente dijese que era horroroso, le parecía que tenía un color especial y una elegancia innata en casa escena y en cada movimiento de los actores. Le parecía maravillosa esa sensación de cerrar los ojos y trasladarse dentro de una fotografía de la torre Eifel en primavera, a los pasillos del Louvre mientras el sonido de sus mocasines repiquetean el suelo rompiendo el silencio o pasear por Montmartre una tarde de invierno mientras la nariz se te congela. En sueños bailaba en las escaleras de la Basílica del Sacré Cœur moviendo su falda de lunares al viento, colgaba los pies a la orilla del Sena mientras bebía a morro de una botella de vino tinto bastante malo y comía pan con queso en los jardines de Luxemburgo.

 Pero al final siempre terminaba cantando tristemente la vie en rose sentada en el suelo de su habitación mientras miraba los tejados grises y mojados de su ciudad.  

domingo, 15 de septiembre de 2013

int.mañana

Int.mañana

Él acaricia el pelo de ella. Ella duerme de espaldas a él. Están medio tapados por el edredón de flores, la habitación está desordenada, en el suelo descansa el ordenador en el que la noche anterior vieron una película en blanco y negro. En la mesita de noche hay un vaso de agua medio vacío (o medio lleno), un libro forrado con papel de periódico y las gafas de ella. Él, ahora más insistente, intenta que ella se despierte. Ella se gira y se mete entre sus brazos escondiendo la cabeza en su pecho.  Él habla sobre desayunos con croasanes y café, ella murmura cosas sin sentido. Él la zarandea dulcemente, ella despega la cabeza de su camiseta blanca de algodón, mira hacia arriba, abre un ojo y habla.

- No es justo que estés tan bonito por las mañanas.
- Eso lo debería de decir yo, ¿no crees?
- No, yo soy un horror por las mañanas, tengo el flequillo despeinado, me han crecido pelos en las piernas por la noche, y tú… tú… Parece que va a venir Kalvin Klein a sacarte fotos para su nuevo catálogo. Los dos, Kalvin y Klein.

martes, 3 de septiembre de 2013

De mariposas en la barriga y moon river

Tenía mariposas en la barriga mientras le miraba por encima de su vaso de cerveza, no llevaba la cuenta de los que se había tomado, pero todo le empezaba a parecer extremadamente gracioso, así que seguramente eran más de las debidas. La sudadera gris que llevaba puesta olía a él, las mangas le tapaban las manos y tenía que darle una vuelta a los puños, era como estar abrazada por el continuamente mientras le tenía enfrente tocando con la guitarra una canción tras otra en aquella noche de agosto.

Cuando se sentaron fuera hacía sol, y calor, ahora ella tenía las piernas heladas, pero nada la movía de esa tumbona en la que estaba sentada mirando, bebiendo, escuchando y sonriendo. Al principio estaban rodeados de gente que cantaba las canciones a gritos desafinados, ahora sólo quedaban los dos susurrando canciones tristes separados por una mesa.


Ella le dijo ‘Tócame el moon river hasta que amanezca’ y vieron salir el sol mientras tarareaban juntos we’re after the same rainbow’s end…  

jueves, 1 de agosto de 2013

Via Margutta 51 (tercera parte)



Al bajarse del taxi lo primero que hizo fue arrugar la cara al mirar hacia el cielo gris de Madrid que la recibió con lluvia, sonrió al taxista que le entregó sus maletas y como pudo las subió al último piso del edificio por la estrecha escalera de madera. En casa no había nadie como supuso, sus compañeros estarían trabajando  y le pareció muy raro volver a estar ahí, en esas paredes cubiertas de fotos y carteles de películas. Arrastrando la maleta por el pasillo llegó a su habitación, sus discos en su estantería, el edredón de flores encima de la cama y las fotos en blanco y negro en la pared. Su vida en fotos.

No durmió nada esa noche, no dejó del pensar en el chico de Roma, en el fracaso  estrepitoso de su viaje, en las cosas que había dejado aquí al irse, en él… Porque le tendría que volver a ver tarde o temprano. Anoche evitó salir y se quedaron en casa cenando de gordos encima de la alfombra del salón mientras en la televisión tenían puesta una película a la que nadie hacía caso, pero claro, no podía hacer eso toda la vida, algún día tendría que encontrarse con él y no sabía exactamente que podía decir. Dio otra vuelta más en la cama cerrando fuerte los ojos, echando fuera de su mente las imágenes que le venían a la cabeza: ellos dos en mañanas soleadas de domingo con resaca, café caliente, risas ahogadas, pelo revuelto y la frase más bonita que le habían dicho en la vida ‘Haría un disco entero hablando sobre tus tobillos’. De momento sus tobillos tenían una canción en la que se decía que eran la cosa más bonita y perfecta del mundo y muchas cosas sin sentido más, una canción que había sido cantada solamente una vez en directo en un pequeño bar de la ciudad ante 50 personas y ella explotando de vergüenza.

Era estupendo volver a estar en aquella vieja cocina y esperar a que subiera el café sentada en la fría encimera gris balanceando los pies al ritmo de la música que salía del cuarto de baño mientras alguno de sus compañeros de piso se duchaban. Estaba contenta por ponerse una rebeca al despertar, por haber dejado atrás el calor agobiante de una Roma en agosto y ver un Madrid en Septiembre con su brisa fría, sus lluvias y sus parques oliendo a hierba mojada, ver Malasaña llena de paraguas de colores y de gente que corre de un bar a otro con la chaqueta sobre la cabeza intentando parar la lluvia. No habían pasado ni 24 horas desde que volvió y ya tenía plan para todas las noches de la semana, fiestas en las que se bebía gratis y pasaban bandejas de canapés sin parar, había sobrevivido con su mísero sueldo gracias a la bebida y la comida gratis de las fiestas de modernos, exposiciones, reaperturas o presentaciones.

Después de pasarse el día entre café y café mientras ordenaba la mierda inmensa que había escrito en Roma y que le serviría para bien poco se duchó, se maquilló en exceso y se puso la falda más corta que tenía con medias de lunares, benditas medias de lunares. Posó delante del espejo poniendo morritos y susurró ‘eres una zorra’ antes de salir por la puerta de casa y bajar las escaleras corriendo haciendo sonar sus botas, si, era una zorra pero en zapato plano.

Esas fiestas podían haberla salvado las cenas de final de vez miles de veces, pero eran un ir y venir de falsedad, de poner buena cara con gente a la que odiaba, y de miles ‘a ver si quedamos’ en los que nadie quería quedar ni par aun café. Siempre había un DJ pinchando en directo, a ser posible con pelos locos, que era lo que se llevaba, un grupito de gente dispersa que no hacía más que sacarse fotos posando de manera rara para luego subirla a sus blogs, el grupo del gorroneo que era en el que ella se encontraba y los que no sabían por que estaban allí y miraban todo incomodos. Siempre igual, siempre las mismas caras, así que no se asombró al verle en el otro extremo de la barra del bar una de las veces que fue a pedir. Él se acercó a ella apartando gente, se quedaron frente a frente. Ella respiraba entrecortadamente con la cabeza hacia arriba para mirarlo, él miraba hacia abajo.

-         -  Hola
-         - Estás muy flaca
-         - (sonrió de medio lado) no sé qué decir
-        -  Que tal un ‘hola, siento haberme ido sin decir nada hace tres meses sólo porque soy una cobarde y no asumo que puedo querer a nadie’

-        -  Puede valer


miércoles, 24 de julio de 2013

Via Margutta 51 (segunda parte)



Nunca le habían gustado las flores, pero desde el día de la cafetería él le llevaba una diferente todas las noches al salir del trabajo, la esperaba frente a la tienda, con su traje oscuro y su sonrisa de lado, y claro empezó a ver el tema de las flores con otros ojos. Salían a comer y a cenar a restaurantes caros en los que el camarero te separaba la silla, no había toallas en el césped de los parques de la ciudad ni sol entre los árboles, era todo lo contrario a lo que había vivido anteriormente y a ella le gustaba. Empezó a usar zapatos de tacón, se compró dos pares, y no sólo de color negro como solía hacer, y se ponía las lentillas mucho más a menudo, incluso dejó de ponerse bragas de animales y super héroes para comprar cosas con puntillas y encajes.

Era divertido y diferente estar con él, hacían miles de cosas que en su vida podía haber imaginado hacer, como recorrer Roma bebiendo champán en la parte trasera de un coche o pagar 30 euros por un desayuno en una terraza frente al coliseo. Les gustaba tomar café en el bar al que ella había prometido no volver, pasear por el Trastevere al anochecer y ver las estrellas desde el apartamento que él tenía frente a la plaza de España. Pasaba casi todas las noches allí, y por las mañanas, como una rock star con el rímel corrrido volvía a ponerse la misma ropa de la noche anterior y él la dejaba en la puerta de su casa de camino al trabajo, se duchaba, se bebía un café y salía a escribir cosas bonitas y moñas que detestaba infinitamente.

Agosto en esa ciudad era mucho peor que los agostos que había pasado en Madrid, será porque los vivía de día y no únicamente de noche mientras iba borracha de fiesta en fiesta, hacía un calor horroroso que la hacía sudar como nunca lo había hecho, ya no buscaba terrazas a la sombra, si no aires acondicionados que estropeaban su garganta y hacían que se le concentrasen mocos en la frente de los que no se podía deshacer por más que tomase ese jarabe asqueroso.  Vivía con un constante dolor de cabeza que mantenía semi a ralla con ibuprofenos cada cuatro horas y café con hielo en cantidades exageradas.

Cuando estaban en el pequeño apartamento de Via Margutta era todo diferente, él se aflojaba la corbata, se subía las mangas de la camisa y se quitaba los zapatos para sentarse en el fío suelo de baldosas grises con vetas azuladas con ella para escuchar a los Beatles en el ipod que le había regalado. Sorprendentemente podía escuchar a los Beatles sin que su corazón explotase de la pena, aún habiéndolos escuchado hasta la saciedad anteriormente en momentos que querría olvidar podía pasarse horas tirada en el suelo con el repeat puesto en el Abby Road y la cabeza apoyada en su pecho. Él, en cambio, cada dos por tres tenía que contestar a una llamada, un email, o un mensaje, no podía simplemente cerrar los ojos y dejarse llevar, y ella no lo entendía. La música era para eso, los Beatles eran para eso, para cerrar los ojos e imaginar tu lugar favorito del mundo, ese en el que has estado millones de veces, ese que te hace sentir bien, o incluso ese en el que nunca has estado pero darías cualquier cosa por estar allí, mientras tarareas y pronuncias mal.

Cuando él descubrió la pequeña guitarra que escondía sobre el armario casi la obligó a tocar algo, ignorando que sólo existían canciones tristes en su repertorio, así que se tocó la más tristes de todas las que conocía en el mundo entero, M. Terminó llorando a lágrima viva y sorbiéndose los mocos mientras con un nudo en la garganta cantaba aquello de ‘No te preocupes que esto pasará, ya mañana estarás bien. Y me cogía la cabeza y la metía en su jersey’. Él con la boca abierta la miraba desde el otro lado de la cama, veía como la chica sonriente que conoció en el bar se convertía en algo muy pequeño y tembloroso que apenas podía sostener la guitarra entre sus manos. Se sintió tan culpable que no volvió a sugerir en ningún momento que tocase otra vez, incluso cuando en la radio sonaba alguna canción en castellano cambiaba de emisora.

La magia que siempre vio en Roma empezaba a apagarse a medida que se llenaba de turistas, mucho más de lo habitual. Las calles atestadas de gente en chanclas y gorra corriendo de un lado a otro le parecían el horror que le había parecido en su momento la Gran Vía un sábado a la tarde, la pequeña tienda del Trastevere en la que trabajaba se llenaba de turistas gritones que no compraban nada y revolvían todo mientras ella con una sonrisa falsa tenía que decir ‘gracie’ ocultando sus ganas de matar. Lo único que seguía pareciéndole mágico en esa ciudad era su pequeño apartamento en el que cada vez pasaba menos tiempo, el apartamento y por supuesto el Foro iluminado por las noches, cuando corría una leve brisa que movía las faldas de sus vestidos.

Se empezó a agobiar de la misma manera que se agobió en Madrid, empezó a encontrar todos los momentos que pasaba con él incómodos, ya no le gustaba la forma en la que le ponía la mano en la espalda, ni como elegía por ella siempre que iban a comer, llegó hasta a encontrar horroroso el modo en el que le caía el flequillo sobre las cejas, cosa casi imposible. Odiaba las burbujas del champán que bebían sin parar, se emborrachaba mucho en sitios finos y se reía muy alto mientras las señoras muy maquilladas la miraban y cuchicheaban mientras él ponía caras de disculpa a todos los camareros de Roma.
Dejó de desayunar…


jueves, 13 de junio de 2013

Via Margutta 51 (primera parte)

1.

Era martes, el despertador llevaba sonando desde las 8 de la mañana, ella lo retrasaba cada cinco minutos, ahora eran las nueve y cuarto y volvía a sonar el principio de ‘moon river’ desde debajo de la almohada donde había metido el móvil cuando sonó la primera vez. Se sentó en la cama y se hizo un moño en lo alto de la cabeza, se puso las gafas mientras se levantaba buscando una rebeca y en camisón salió desperezándose a la terraza. Frotarse los ojos bajo el sol de Roma la hacía sonreír, ya no había rastro alguno del mal humor que casi siempre había tenido al despertarse, allí todos los días el cielo estaba azul y eso quieras o no, animaba.

El apartamento por el que pagaba menos de lo que valía (le había caído bien al casero) sólo tenía una habitación que hacía las veces de salón y dormitorio, una barra americana separaba la minúscula cocina y una puerta te llevaba al baño. Era un desastre, ella siempre había sido el desorden personificado, pero ahora era la primera vez que vivía sola, que no compartía piso y la misma camiseta podía pasarse hasta tres días en el suelo frente la puerta del baño; y daba igual, nadie gritaba, nadie la recogía, a  nadie le molestaba.
Encendió un cigarro mientras esperaba a que el café subiese en la pequeña cafetera italiana, parecía de juguete, para dos tazas que ella se tomaba seguidas casi sin darse cuenta. Tenía un problema con el café desde hacía años, al principio empezó siendo una bebedora social, tomando un café al sol sentada en las escaleras del instituto después de comer justo antes de entrar a las clases de la tarde, poco después no podía pasar el día sin tomar al menos cuatro. Ahora bebía café cuando estaba triste, cuando estaba feliz, para bajar la comida, cuando tenía hambre… bebía y bebía café sin parar. En pleno punto álgido de postureo se compró una taza termo que llenaba en casa y paseaba por la ciudad, solía llevarlo a la biblioteca y cuando venía la primavera lo paseaba por todos los parques en los que se tiraba bajo los árboles, porque siempre fue de cerrar los ojos entre las sombras y creerse medio feliz.

Comía poco, pero desayunaba mucho, hoy  tenía sobre la mesita de forja tostadas con mantequilla y mermelada como para tres, zumo de piña, queso y fruta. Nunca había salido de casa sin desayunar, cuando quedaba con alguien para desayunar fuera, primero lo hacía en casa, no había problema con desayunar muchas veces, es más, era partidaria de hacerlo, incluso solía cenar desayunando. ¿Por qué? Simplemente porque le hacía feliz, cuando desayunas tienes todo el día por delante, no has estropeado nada hasta que no terminas el café y puedes empezar a pensar. Como siempre, desayunó leyendo el periódico digital, revisó el correo contestando con desgana a los que todavía le preguntaban del por qué de su marcha, con los ojos entrecerrados leyó en Facebook los últimos cotilleos de sus amigos y torció el gesto al ver las últimas fotos de sus compañeros de piso, habían hecho fiesta en casa y estaba todo el mundo en ella, todo, todo, todo … Cerró el mac sin apagarlo.

Bajó las escaleras a la calle saludando a su vecina con un ‘Buongiorno’ y una sonrisa. Tenía comprobadísimo que si ibas por la vida sonriendo caías bien a la gente, aunque hubieras pasado la noche anterior con Alaska sonando hasta las cinco de la mañana, sonreías a tu vecino con un buenos días y nadie era capaz de decirte nada; así se habían salvado de muchas broncas vecinales en Madrid, así y con remesas de galletas que repartía en invierno por el viejo edificio de escaleras de madera.

Eran casi las once de la mañana y hacía un calor horrible en Roma, cruzando las calles buscando la sombra de los edificios mientras andaba sin sentido llegó hasta el Panteon de Agripa y se sentó en una terraza cercana en la que tenía claro que pagaría demasiado por un café con leche, pero no le importó. Estuvo tentada a pedir champán para desayunar, como la princesa Ana, pero claro a su lado no tenía un periodista alto y con traje que pagase, así que mustiando un ‘caffé latte, grazie’ sacó su cuaderno de tapas verdes y se enchufó al wifi con su teléfono para tener una conexión rápida en la que buscar por internet palabras en italiano. Hablaba un italiano fluido, pero cuando se trataba de escribirlo… ahí le asaltaban todas las dudas del mundo, siempre había hecho muchas faltas de ortografía en todos los idiomas que conocía y los signos de puntuación los dominaba regular. Por eso le encantaba la poesía, porque ponía pocas comas, ningún punto y coma, media frase por línea y podía permitirse rimar cosas absurdas, como melón con jamón, y lo hacía con toda su cara, sonriendo cuando las cantaba. Si, ella cantaba en pequeñito, sentada en sofás viejos o de pie a ras del suelo con una guitarra pequeñita que tocaba malamente, pero sonreía mientras lo hacía, y como he dicho antes el sonreír siempre le había salido bien.

Desplegó el arsenal de cosas que llevaba en el bolso sobre la mesa del café, el cuaderno verde, 5 bolis azules, otros tanto negros que no usaba para escribir porque siempre escribía en azul, pero llevaba porsiacaso. También llevaba lápices con dibujos de flores y una goma blanca de Milán, porque la goma siempre tenía que ser blanca y de Milán, el saca puntas con forma de rana y otros dos cuadernos con dibujos de animales en la portada que utilizaba para garabatear en ellos frases sin sentido. Apuntó mentalmente en su lista de ‘no volver’ esa cafetería, tenía las mesas de la terraza demasiado pequeñas para todo eso, el café y un cenicero. Cuando llegó el café sonrió y dio las gracias al camarero que miraba curioso todo el tinglado que tenía montado allí y encendió un cigarro antes de echar el azúcar en el café.

Realmente no tenía ni idea sobre lo que escribir, nunca se sentaba con un esquema definido y muchas veces era frustrante para ella llegar a ese punto en el que no sabía  cómo salir de las historias enrevesadas y profundamente tristes que su mente inventaba. Tampoco ayudaba mucho lo que tenía alrededor, normalmente las charlas de la gente o simplemente verlos interactuar le ayudaban a inspirarse, pero era horroroso escuchar las conversaciones a gritos de las mesas de al lado. Una familia intentando que su hijo de tres años desayunase, el crío les toreaba de todas las maneras posibles, su hermano mayor corría entre las mesas de los demás clientes empujando y molestando, y la madre gritaba en un inglés que no se entendía; un grupo de adolescentes que hablaban con voz chillona y decían poniendo las manos en el pecho un ‘oh my Good!’ cada cinco segundos, todas iguales, con el mismo pelo largo castaño cortado sin ningún tipo de capas, con sus pantalones vaqueros cortos y sus camisetas de tirantes de colores fosforitos. Si, odiaba a los adolescentes, seguramente ella también fue odiosa en su adolescencia, con esos pantalones de campana que le tapaban las feas plataformas. Una pareja de jubilados italianos se encontraban en otra mesa, ella perfectamente peinada, vestida y pintada bebía café mientras su impecable marido leía el periódico deportivo enfundado en un traje a medida.


Sobre una de las mesas una mano tamborileaba encima de un libro gordo del que no podía distinguir la portada desde su sitio, la mano pertenecía a un chico trajeado que hablaba por teléfono mientras hacía muecas de disgusto y ocultaba su mirada detrás de unas rayban wayfarer. Llamó al camarero con la mano y sin hacer ningún tipo de ruido pidió un café mientras hablaba por teléfono en un italiano con un acento raro que no conseguía ubicar. Ella sonrió al camarero cuando le trajo el café y echándole dos sobres de azúcar empezó a remover la cucharilla levantando la mirada de vez en cuando al chico trajeado de la otra mesa, si tenía un problema enorme con los señores con traje oscuro, lo sabía y le daba igual. Encendió un cigarro con la intención de no seguir mirando al chico, pero no lo consiguió y claro, al final él se dio cuenta y bajando sus gafas por la nariz movió la mano saludándola. Ella se puso del color de las sandías en junio y apretó los labios conteniendo una sonrisa.

lunes, 27 de mayo de 2013

Via Margutta 51


Despertarse en aquella calle era fabuloso, olía a Toscana aún sin estar en ella, en los bajos de su edificio había una trattoria. Todos los días, en pijama, salía con su taza de café a la pequeña terraza y leía el periódico en internet mientras el sol de las 9 de la mañana le daba en la cara llenando su barriga de mariposas. Era estupendo vivir en Roma, no tenía nada que hacer por las mañanas, pero raro era el día que se levantaba más tarde de las 10, estar en esa ciudad y no pasear sus calles sin descanso era pecado capital.

Las ventanas de su pequeño apartamento daban a un gran patio, las casas eran de dos alturas, y desde su terraza se veía la calle estrecha y poco soleada llena de plantas por la que salías a un mundo de ruido  y sol. En las calles italianas siempre se escucha una cháchara eterna, y aquella calle era un barrio en el que las señoras hablaban en la puerta de sus casas con el delantal puesto, señoras italianas con mala leche, señoras italianas que hablaban gritando como enfadadas, señoras italianas que te sonreían y te abrazaban como si fueses su sobrina aunque hiciese dos semanas que te conocían. Casi todos los días cenaba con lo que las vecinas le daban, platos italianos de esos que están muy buenos y que engordan un montón, ella lo agradecía con su fluido italiano y su mejor sonrisa.

Paseaba Roma con faldas y vestidos, Roma no estaba hecha para pasearla en pantalón, y menos en primavera. Se creía Audrey Hepburn en ‘vacaciones en roma’ cuando llevaba la falda plisada azul y la camisa blanca mientras recorría las calles sin creerse una turista, queriendo ser una ciudadana romana más, mirando con desdén a aquellos que querían fotografiar todo sin mirar nada, sólo ’click, click, click’. Solía apartarse de las calles más concurridas, y pasaba las mañanas en las terrazas de mesas blancas leyendo o escribiendo al sol, en el poco tiempo que llevaba allí había escrito más que en los últimos meses en Madrid. Había sido todo un acierto el salir de Malasaña casi corriendo, dejando atrás la gran ciudad, su ruido y su música constante. Al principio aquello de no dejar de escuchar música había sido una bendición, era todo lo que había deseado en la vida y era feliz, pero al final había resultado todo lo contrario, la música se había vuelto en su contra pegándole una bofetada tras otra, hasta que metió todos sus vestidos en una maleta y se fue a Roma.

Tomaba un café tras otro hasta que llegaba la hora de entrar a trabajar en aquella tienda del Trastevere, comía poco, cada vez menos, casi toda la ropa le venía grande y se ajustaba los vestidos con cinturones creando un look casual cuando en realidad apretaba la tristeza bajo la hebilla. Había encontrado un trabajo de tarde en una pequeña tienda de ropa preciosa con una puerta de forja blanca en la entrada, vendía vestidos de flores, camisas de lunares y parisinas con lazos gigantes que le permitía pagar el pequeño apartamento de una habitación con cocina, baño y esa pequeña terraza desde la que saludaba a la vida todas las mañanas.


Sólo escuchaba viejas canciones italianas y únicamente veía películas antiguas en las que normalmente la protagonista era la Lollobrigida, antes de montar en el avión había borrado toda la música tanto de su ordenador como de su ipod y el único disco que metió en su maleta fue el ‘mentiras piadosas’ de Sabina, podía permitirse el vivir sin música, pero no sin Joaquín.

miércoles, 22 de mayo de 2013

el fin de semana que no era un fin de semana

El fin de semana que no era un fin de semana lleno de polvo y flores y que no tenía ni polvos ni flores.
El fin de semana que empieza un jueves por la noche en el que se va la luz en Moratalaz y comes pizza a oscuras.
El fin de semana que vuelves a la habitación auzl.
El fin de semana que haces tortilla para cenar un viernes a la noche viendo el sálvame deluxe y eres feliz.
El fin de semana que te pones le vestidazo negro y crees que te comes el mundo.
El fin de semana que tiene doblete en la Joy
El fin de semana que haces 13 y 14
El fin de semana que junta a los despojitos
El fin de semana que se salta, se baila y se brinda.
El fin de semana que hace frío y llueve.
El fin de semana que vuelves a Costello
El fin de semana que te duele la cara de sonreír y cantar a la vez.
El fin de semana que no fuimos al rastro.
El fin de semana del amor... porque todo es del amor.














El fin de semana que toda la Joy saltó con un llenazo el sábado y en el que volvimos a tener 14 años el domingo, cuando se nos subía el vestido por bailar cabaret, cuando nos emocionamos en ese venimos Rubén, en el que las luciérnagas venían con un vestido rosa y las cantaba Zahara. Lisboa gritando, super héroe  susurrando, todas sonriendo como siempre.





Más fotos de Miss Caffeina Aquí

domingo, 12 de mayo de 2013

Si salimos de esta



Sentada en el suelo de la vieja cocina y rodeada de platos de colores rotos tenía la cabeza entre las piernas a las que se abrazaba mientras escuchaba como las gotas de lluvia manchaban los cristales que había limpiado la mañana anterior. Sollozaba fuerte, muy fuerte, con la falta de aire que te da el saber que no puedes hacer nada por arreglar el gran destrozo que es tu vida.

Él estaba agachado frente a ella, acariciándole la cabeza mientras intentaba calmar esa desesperación que salía de las respiraciones entrecortadas de la chica, hablaba en un tono neutro con ese acento que tanto le gustaba y le desagradaba a la vez, decía que pronto se encontraría mejor y que en unos días estaría cantando cosas alegres por los bares del mundo, en los que seguramente se encontrarían y todo estaría perdonado.

Ella levantó la cabeza mientras la movía de un lado a otro negando sus  palabras. Él tranquilamente le quitó las gafas y las limpió con la camiseta del pijama que aún tenía puesta, ella también estaba en pijama y el pelo lo llevaba recogido en un moño medio deshecho, de los que te haces al levantarte, cuando todo parece bonito mientras esperas que suba el café canturreando. Hasta que él empezó a hablar y ella a tirar las tazas de lunares de la mesa a manotazos, como una desquiciada, que era lo que parecía ahora mismo en el suelo de aquella cocina. Repetía una y otra vez ‘saldremos de esta’ con los ojos miopes llenos de lágrimas, como si al decirlo muchas veces se hiciera realidad, como los niños pequeños. Él también se sentó en el suelo, la acercó a su pecho y la abrazó fuerte acariciándole el brazo izquierdo lentamente.

Nadie más lo entenderá, sólo los que allí estuvieron sonreirán

lunes, 6 de mayo de 2013

Temblando


Aunque no lo pareciese era primavera, hacía muchísimo frío en esa calle, y llovía mucho. Estábamos debajo de los soportales, yo temblaba con los ojos cerrados, el cielo estaba nublado mientras amanecía en la ciudad que desde hacía unos días estaba más gris que nunca. Habíamos vuelto a sacar los abrigos con desgana y tú llevabas ese jersey de lana gris tan bonito y que tanto me picaba cuando acercaba la cara a tu pecho. Movías tus manos por mis brazos para darme calor, mientras intentabas buscar palabras para no hacerme tanto daño, y yo seguía temblando.

Hablabas y hablabas cerca de mi portal, y me hacía gracia como contabas todo, como el que cuenta que ha pensado, que ha decidido, que seguimos siendo amigos. Sonreías de medio lado, y si, se volvía a parar el mundo un segundo mientras yo contenía la respiración; no parabas de hablar, no dejabas un silencio en el que yo pudiese reprochar algo, y en realidad yo tampoco podría haberlo hecho, sabía perfectamente que lo nuestro no funcionaba, ni lo iba a hacer nunca, así que sólo temblaba escuchando cada palabra que no quería escuchar.

lunes, 29 de abril de 2013

Quiero ser eterna


Con tanto bar moderno de paredes blancas y negras nos hemos olvidado de la magia de las tabernas oscuras con mesas de madera en las que el camarero casi siempre lleva bigote. La verdad es que desde que ya no se puede fumar en los espacios públicos hacerse la bohemia tomando un café con leche es mucho más complicado, y ella era muy de eso, de café y cigarro mirando la lluvia por los cristales de la cafetería mientras escribía frases sin sentido en servilletas. Pero sigue prefiriendo los bares pequeños y oscuros a los Starbucks de la gran vía.

El chubasquero amarillo goteando colgaba de la silla de enfrente y el café que había pedido humeaba a su derecha, ahora es cuando se encendería un cigarro mientras escribía cosas de indie de mierda retozando en su dolor interior. De tardes de domingo con resaca tirada sobre la alfombra del salón, de señores que desayunan en cocinas sin reformar, de pisos en la última planta del edificio, de discos que nadie quiere dar la vuelta, de historias de bares… de querer ser eterna, de querer ser canción.

miércoles, 3 de abril de 2013

Encuentro en París


No sé en qué pensabas mientras paseábamos junto a la orilla del sena en aquella mañana soleada de abril, mi falda de flores se movía con el viento y tus tobillos veían la luz con la vuelta del pantalón que anunciaba el buen tiempo. Yo daba saltitos a tu lado, tus zancadas eran demasiado largas para mis piernas cortas, me creía Audrey Hepburn en ‘encuentro en París’ con aquel sombrero de paja en la cabeza. Tú llevabas el periódico debajo del brazo y estabas más sobrio que William Holden, aunque no mucho porque llevábamos desde las 12 de la mañana bebiendo vino, nosotros que siempre hemos sido más de cerveza… pero nos puede un postureo, a los dos.

Llevábamos unos días allí, pasábamos medio ebrios todo el  día comiendo pan con queso y bebiendo ese vino francés al que tampoco le sacábamos mucho sabor. Nos dolían los pies todo el rato, queríamos andar la ciudad, ser visitantes y no turistas.  Cerrábamos los ojos en los jardines en los que nos tirábamos a descansar, siempre me ha gustado mirar el cielo azul entre las hojas de los árboles y respirar el olor a hierba. Tú solías sacar una libreta en la que escribías frases sueltas que seguramente luego tendrían mucho que ver entre ellas, pero que ahora no tenían ningún tipo de sentido.

Nos sentamos en una cafetería pequeña, de esas blancas y azules, con sus mesas de forja en la pequeña terraza, sabíamos que nos iban a cobrar demasiado por dos cafés pero los necesitábamos. Mientras intentaba hacerle entender al camarero que quería otro azucarillo tú sonreías al ver mi letra redonda en una de las páginas de tu libreta

‘como van a caber tantos besos en una canción’

viernes, 29 de marzo de 2013

El rocanrol de los idiotas


Primavera que parece invierno, vestidos demasiado cortos para el frío, les sale vaho de la boca al respirar, ella sentada en la entrada de un portal, tiene el bolso abierto a su lado, busca un paquete de tabaco que no encuentra. Él enfrente de ella, de pie en manga corta parece que no siente el frío, bebe un trago de su copa y la mira. Ella intenta esconderse aún más dentro de la capucha del abrigo y evitando mirarle jueguetea con el móvil con manos temblorosas 

Tú no querías esto
-  Lo sé
-  ¿Entonces por qué te molestas?
-  No me molesto

Y volvió a beber de su baso mientras se sentaba junto a ella que pasaba las manos por sus piernas enfundadas en unas medias de lunares para calentarlas.

 -  ¿Tienes frío?
 Tú estás muy caliente ¿no?
-  That’s what she said
- Si, eso dijo ella

Sonrió, y como siempre que él sonreía el mundo se paraba un momento, todos dejaban de respirar por un microsegundo y luego como si nada hubiese pasado volvía a funcionar. La abrazó moviendo las manos por sus brazos para darla calor. La puerta del bar se abrió, alguien salía a fumar, se escuchaba ‘el rocanrol de los idiotas’ y él canturreó :
Yo no jugaba para no perder, tú hacías trampas para no ganar. Yo no rezaba para no creer, tú no besabas para no soñar

Y como esto no es una historia de ‘chico conoce a chica’ que termina bien, él no jugó y ella no besó. Cogió su copa, se levantó y volvió a entrar al bar a buscar lo que ella no le quería dar. Ella por su parte por fin encontró su paquete de tabaco, estiró las piernas y encendió un cigarro mirando al cielo.

domingo, 24 de marzo de 2013

si yo no te tengo a ti


Café con leche, la lluvia en la gran ciudad, vuelve el invierno a mitad de la primavera, el pelo sucio y el pijama gordo. La casa está en silencio desde que la aguja del tocadiscos llegó al final hace unos minutos, nadie quiere escuchar nunca la cara B. Un libro abierto sobre el sofá, las gafas encima, le pican los ojos y el rímel se expande al frotárselos.

Desde la ventana se ve como la gente corre, allí nadie va tranquilo nunca, paraguas oscuros en las calles y botas de agua. La frente apoyada en el cristal, la respiración empaña la ventana, ella guiña un ojo con una mueca, suspira y canta…

‘no tengo con quien bailar descalzos por Madrid… si yo no te tengo a ti’

viernes, 8 de marzo de 2013

Los días no vividos


Todas hemos tenido noches de autocompasión en el sofá, de manta y películas de llorar, de moño y pijama de franela, de ver seguidas ‘El diairo de Noa’ y ‘Dirty dancing’, de abrir una botella de vino que alguien ha llevado en una cena y bebértela entera, de terminar sentada en el suelo con la espalda poyada en el sofá elevando el vaso vacío hasta el iniferno mientras cantas ‘I have the time of my life’ entre sollozos.

Y ahí estaba ella ese sábado por la noche, todo el mundo había salido, estaba sola en casa siendo feliz en su tristeza autodestructiva, con un nudo en la garganta y borracha sonándose los mocos, una imagen un tanto vergonzosa. Siempre había odiado las historias de ‘chico conoce a chica’ que terminan bien, se sentía superior al creerse Summer entre tanto Tom de mierda, cuando al final terminaba siendo peor que él entre películas moñas y canciones tristes.

Sin brindar celebraré… los días no vividos

domingo, 3 de marzo de 2013

love me do de madrugada


La parte de atrás de aquel taxi fue el centro del universo, mientras fuera llovía desde dentro oíamos como las gotas repiqueteaban en el techo del coche. En la radio sonaba algún programa sobre sucesos sobrenaturales de esos que ponen en todas las emisoras de madrugada, yo estaba descalza y tú tenías el nudo de la corbata deshecho. Con el rímel y el pintalabios rojo corrido reía mientras bebíamos a morro de la misma botella de champám, si, estábamos muy borrachos y nos daba igual.

El taxista miraba por el espejo retrovisor mientras nos llevaba por el camino más largo como si fuesen a importarnos esos 10 euros de más. Terminamos la botella en el banco de piedra de la plaza, yo bailaba mientras tú fumabas y cantabas malamente por Sabina, dabas palmas intentando seguir el ritmo pero era prácticamente imposible. Nos volvió a dar un ataque de risa.

Entraba con dos cervezas en el salón cuando pusiste el ‘love me do’ de los Beatles en el tocadiscos, cantabas con los ojos cerrados mientras movías el culo al son de la música. Te salía mucho mejor que Joaquín. Y ahí estábamos en el salón de casa, vestidos de fiesta y bailando a los Beatles borrachos mientras bebíamos cerveza.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Yo no quiero 14 de febrero, ni Venecia sin ti.

Siendo muy poco del tema romántico fuimos muy tontos paseando con la boca abierta bajo el cielo azul de Venecia. Rozábamos nuestros brazos desnudos al subir los miles de puentes,nos parábamos a sacarnos fotos en cada rincón,comimos helado hasta morir y no dejamos de sonreír en las horas que estuvimos allí.

¿y que sacamos de todo aquello? Canciones tristes... tu las tuyas y yo las mías porque nunca jamás nos gustó la misma canción...

No me digas volvamos a empezar


lunes, 4 de febrero de 2013

Historias De amigos que se besan.

Inviernos de ver películas debajo de las mantas, de comer magdalenas de chocolate y de pasear con la nariz roja y gorros de lana. De dormirse película y media, de canciones desafinadas mirando al techo, de postureo con el ukelele mirando melancólicamente por la ventana.

Invierno de sopa de letras humeante, de escribir su nombre en el borde del plato con la pasta, de meterse el pantalón por dentro de los calcetines, de estar todo el día en pijama. De moon river, de penny lane, de ojos de gata, de volverte vulgar al bajarte de cada escenario.

invierno con nieve en el jardín y fuego en el salón, de canturrear a sabina en el desayuno, en la comida y en la cena. De v.o.s , de doblajes del infierno, de pies que se calientan y de manos que se encuentran como si nada.

jueves, 24 de enero de 2013

Para dormir cuando no estés




Hace una semana a estas horas estaba con la boca abierta tras los primeros acordes de 'Para dormir cuando no estés' y con esa media sonrisa que te sale cuando lo que escuchas te gusta, te llega  hace que en tu barriga crezcan mariposas que son por la cerveza.


Un frío helador, una puntualidad de aplausos y un sonido demasiado alto del que mi oído derecho todavía se resiente es lo más destacable de la noche del jueves. Sin 'Elástica galáctica' y con cientos de Herméticas vivimos un concierto bonito, bailable, de silencios y de aplausos







vídeo: @kroketawoman 


viernes, 11 de enero de 2013

La hierba bajo el asfalto


Él detrás de la taza de café leyendo el periódico desde el portátil. Ella de pie, apoyada en la encimera de la vieja cocina con su café en la mano cerraba los ojos intentando hacer desaparecer el parloteo del chico, no soportaba que nadie le hablase hasta dos horas después de levantarse. Normalmente ese momento de desayuno no lo pasaban juntos, ninguno de los dos lo había querido o necesitado nunca, todo había sido perfecto hasta que el tiró de su pantalón y ella le metió la camisa vaquera por dentro la noche anterior.

Ahora, para completar el círculo sólo quedaba desayunar juntos, a una hora normal, y en la cocina de alguno de los dos. 

martes, 8 de enero de 2013

El primero del 2013... los Ferreiro

No hay mejor manera de empezar el año musical que con los hermanos Ferreiro, y en un sitio más que bonito, el museo de reproducciones de Bilbao, una antigua iglesia convertida por unas horas en un escenario improvisado.
Rodeados de estatuas blancas sin brazos y sin cabeza, y de otras con esos ojos sin pupilas que miran a la nada dando miedo salieron a las 9.30 de la noche los Ferreiro, todos aplaudiendo, un silencio sepulcral y una acústica celestial. Piano, bajo y voz ... y encima la bóveda de la iglesia, nosotros en el crucero y detrás de ellos una estatua de mármol sin cabeza.
No recuerdo el orden de las canciones, ni podría decir cual faltó, sólo sé que M fue preciosa, que el equilibrio hace pumpum, que no canto el 'insurrección' cuando todo el mundo lo hace, y que el Turnedo del final siempre es triste.
El primer concierto del año ha puesto el listón muy alto, difícil superarlo.