Me pasaba el día
borracha, por aquel entonces lloraba con la versión alternativa de ‘por mi
tripa’, y a día de hoy aún lo sigo haciendo. Hablábamos de más, quería cambiar
el mundo, enredaba más allá de lo que debía haber hecho, y gritaba lo de
‘controlar cada baldosa del baño del Siroco’ como si me pasase allí todas las
noches. En la puerta de los bares cantaba canciones de Sabina con una cerveza
en la mano mientras meneaba el culo de un lado para otro sin ritmo, tú me
mirabas como si estuviera loca, movías la cabeza de un lado a otro y aplaudías
cuando terminaba la canción.
Nos gustaba estar fuera
de los bares, fumando sin parar, hablando alto y riéndonos de todo. Nos
sentábamos en los portales de madrugada, con las manos frías y los labios
calientes, amanecíamos charlando con cara de locos, desayunábamos café y
croasanes en la primera cafetería que veíamos abierta. Acariciabas mi cara con
tu nariz congelada antes de decirnos adiós, apartabas mi flequillo y me dabas
un beso en la frente.
Podría decir que ya no me
emborracho, que cuando suena ‘por mi tripa’ o que cada vez que canto en la
puerta de un bar no me acuerdo de ti o de tu nariz pegada a la mía, pero
mentiría…
‘y yo, curo más que todo
lo que puedas respirar. Vamos a frenar, confía brother sigue mi compás, tú
puedes todo… y más’
(el nananana nananana
nanananananaaaa daradaaaa nadaradaaa uhuhhuhhh era lo que más nos gustaba. A los dos)