lunes, 29 de abril de 2013

Quiero ser eterna


Con tanto bar moderno de paredes blancas y negras nos hemos olvidado de la magia de las tabernas oscuras con mesas de madera en las que el camarero casi siempre lleva bigote. La verdad es que desde que ya no se puede fumar en los espacios públicos hacerse la bohemia tomando un café con leche es mucho más complicado, y ella era muy de eso, de café y cigarro mirando la lluvia por los cristales de la cafetería mientras escribía frases sin sentido en servilletas. Pero sigue prefiriendo los bares pequeños y oscuros a los Starbucks de la gran vía.

El chubasquero amarillo goteando colgaba de la silla de enfrente y el café que había pedido humeaba a su derecha, ahora es cuando se encendería un cigarro mientras escribía cosas de indie de mierda retozando en su dolor interior. De tardes de domingo con resaca tirada sobre la alfombra del salón, de señores que desayunan en cocinas sin reformar, de pisos en la última planta del edificio, de discos que nadie quiere dar la vuelta, de historias de bares… de querer ser eterna, de querer ser canción.

miércoles, 3 de abril de 2013

Encuentro en París


No sé en qué pensabas mientras paseábamos junto a la orilla del sena en aquella mañana soleada de abril, mi falda de flores se movía con el viento y tus tobillos veían la luz con la vuelta del pantalón que anunciaba el buen tiempo. Yo daba saltitos a tu lado, tus zancadas eran demasiado largas para mis piernas cortas, me creía Audrey Hepburn en ‘encuentro en París’ con aquel sombrero de paja en la cabeza. Tú llevabas el periódico debajo del brazo y estabas más sobrio que William Holden, aunque no mucho porque llevábamos desde las 12 de la mañana bebiendo vino, nosotros que siempre hemos sido más de cerveza… pero nos puede un postureo, a los dos.

Llevábamos unos días allí, pasábamos medio ebrios todo el  día comiendo pan con queso y bebiendo ese vino francés al que tampoco le sacábamos mucho sabor. Nos dolían los pies todo el rato, queríamos andar la ciudad, ser visitantes y no turistas.  Cerrábamos los ojos en los jardines en los que nos tirábamos a descansar, siempre me ha gustado mirar el cielo azul entre las hojas de los árboles y respirar el olor a hierba. Tú solías sacar una libreta en la que escribías frases sueltas que seguramente luego tendrían mucho que ver entre ellas, pero que ahora no tenían ningún tipo de sentido.

Nos sentamos en una cafetería pequeña, de esas blancas y azules, con sus mesas de forja en la pequeña terraza, sabíamos que nos iban a cobrar demasiado por dos cafés pero los necesitábamos. Mientras intentaba hacerle entender al camarero que quería otro azucarillo tú sonreías al ver mi letra redonda en una de las páginas de tu libreta

‘como van a caber tantos besos en una canción’