jueves, 26 de septiembre de 2013

La vie en rose

Siempre soñó con conocer París y pasear por esas calles que tantas veces había visto en las películas Francesas, porque a ella el cine francés le gustaba por mucho que la gente dijese que era horroroso, le parecía que tenía un color especial y una elegancia innata en casa escena y en cada movimiento de los actores. Le parecía maravillosa esa sensación de cerrar los ojos y trasladarse dentro de una fotografía de la torre Eifel en primavera, a los pasillos del Louvre mientras el sonido de sus mocasines repiquetean el suelo rompiendo el silencio o pasear por Montmartre una tarde de invierno mientras la nariz se te congela. En sueños bailaba en las escaleras de la Basílica del Sacré Cœur moviendo su falda de lunares al viento, colgaba los pies a la orilla del Sena mientras bebía a morro de una botella de vino tinto bastante malo y comía pan con queso en los jardines de Luxemburgo.

 Pero al final siempre terminaba cantando tristemente la vie en rose sentada en el suelo de su habitación mientras miraba los tejados grises y mojados de su ciudad.  

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