jueves, 1 de agosto de 2013

Via Margutta 51 (tercera parte)



Al bajarse del taxi lo primero que hizo fue arrugar la cara al mirar hacia el cielo gris de Madrid que la recibió con lluvia, sonrió al taxista que le entregó sus maletas y como pudo las subió al último piso del edificio por la estrecha escalera de madera. En casa no había nadie como supuso, sus compañeros estarían trabajando  y le pareció muy raro volver a estar ahí, en esas paredes cubiertas de fotos y carteles de películas. Arrastrando la maleta por el pasillo llegó a su habitación, sus discos en su estantería, el edredón de flores encima de la cama y las fotos en blanco y negro en la pared. Su vida en fotos.

No durmió nada esa noche, no dejó del pensar en el chico de Roma, en el fracaso  estrepitoso de su viaje, en las cosas que había dejado aquí al irse, en él… Porque le tendría que volver a ver tarde o temprano. Anoche evitó salir y se quedaron en casa cenando de gordos encima de la alfombra del salón mientras en la televisión tenían puesta una película a la que nadie hacía caso, pero claro, no podía hacer eso toda la vida, algún día tendría que encontrarse con él y no sabía exactamente que podía decir. Dio otra vuelta más en la cama cerrando fuerte los ojos, echando fuera de su mente las imágenes que le venían a la cabeza: ellos dos en mañanas soleadas de domingo con resaca, café caliente, risas ahogadas, pelo revuelto y la frase más bonita que le habían dicho en la vida ‘Haría un disco entero hablando sobre tus tobillos’. De momento sus tobillos tenían una canción en la que se decía que eran la cosa más bonita y perfecta del mundo y muchas cosas sin sentido más, una canción que había sido cantada solamente una vez en directo en un pequeño bar de la ciudad ante 50 personas y ella explotando de vergüenza.

Era estupendo volver a estar en aquella vieja cocina y esperar a que subiera el café sentada en la fría encimera gris balanceando los pies al ritmo de la música que salía del cuarto de baño mientras alguno de sus compañeros de piso se duchaban. Estaba contenta por ponerse una rebeca al despertar, por haber dejado atrás el calor agobiante de una Roma en agosto y ver un Madrid en Septiembre con su brisa fría, sus lluvias y sus parques oliendo a hierba mojada, ver Malasaña llena de paraguas de colores y de gente que corre de un bar a otro con la chaqueta sobre la cabeza intentando parar la lluvia. No habían pasado ni 24 horas desde que volvió y ya tenía plan para todas las noches de la semana, fiestas en las que se bebía gratis y pasaban bandejas de canapés sin parar, había sobrevivido con su mísero sueldo gracias a la bebida y la comida gratis de las fiestas de modernos, exposiciones, reaperturas o presentaciones.

Después de pasarse el día entre café y café mientras ordenaba la mierda inmensa que había escrito en Roma y que le serviría para bien poco se duchó, se maquilló en exceso y se puso la falda más corta que tenía con medias de lunares, benditas medias de lunares. Posó delante del espejo poniendo morritos y susurró ‘eres una zorra’ antes de salir por la puerta de casa y bajar las escaleras corriendo haciendo sonar sus botas, si, era una zorra pero en zapato plano.

Esas fiestas podían haberla salvado las cenas de final de vez miles de veces, pero eran un ir y venir de falsedad, de poner buena cara con gente a la que odiaba, y de miles ‘a ver si quedamos’ en los que nadie quería quedar ni par aun café. Siempre había un DJ pinchando en directo, a ser posible con pelos locos, que era lo que se llevaba, un grupito de gente dispersa que no hacía más que sacarse fotos posando de manera rara para luego subirla a sus blogs, el grupo del gorroneo que era en el que ella se encontraba y los que no sabían por que estaban allí y miraban todo incomodos. Siempre igual, siempre las mismas caras, así que no se asombró al verle en el otro extremo de la barra del bar una de las veces que fue a pedir. Él se acercó a ella apartando gente, se quedaron frente a frente. Ella respiraba entrecortadamente con la cabeza hacia arriba para mirarlo, él miraba hacia abajo.

-         -  Hola
-         - Estás muy flaca
-         - (sonrió de medio lado) no sé qué decir
-        -  Que tal un ‘hola, siento haberme ido sin decir nada hace tres meses sólo porque soy una cobarde y no asumo que puedo querer a nadie’

-        -  Puede valer