miércoles, 25 de junio de 2014

Agujeros de gusano

Ella fue a su casa cerca de la playa para poder pasar unos días juntos, pudiendo ver la luz del día y olvidar esos dolores de cabeza que le daba pensar en todas y cada una de las consecuencias de esa relación extraña que tenían, que eran muchas.

Desde el primer momento en el que se vieron sabían que tarde o temprano acabarían besándose entre botellas de vino, a los dos les dio igual que ella estuviera en ese momento cenando con otro, se miraron fijamente hasta que ella parpadeó muy rápido y apartó la mirada hasta su copa de vino blanco que no iba para nada con el postre que estaba comiendo en ese momento. Se puso roja, y no sólo por las muchas copas de más que llevaba encima, el chico con el que cenaba les presentó y educadamente le dio dos besos con los ojos cerrados aspirando su olor. Ella siempre había sido mucho de olores, que no de colonias.

Ahora estaba en su enorme y plateada cocina mirando como él preparaba el desayuno, cómo si en el mundo sólo hubiera un pijama se habían repartido las piezas, y desde el taburete agarrándose las rodillas contra el pecho veía su espalda desnuda contraerse al ritmo con el que batía  los huevos para hacer tortitas. Aquello olía a chocolate y café. Podría cambiar sin pensarlo ni un segundo toda su casa por esa cocina, es más, podría cambiar toda su vida por pasar una semana dentro de esa cocina. No necesitaba nada más, había comida y él llevaba sólo el pantalón del pijama y un delantal sin una sola mancha. Estaba descalzo.


Ella bajó de la silla y sigilosamente se acercó a él, la cabeza le llegaba a media espalda, apoyó los labios sobre su piel y susurró 'Has cerrado los enormes agujeros de gusano...'

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