Volvía a hacer calor
después de la tormenta sideral y volvimos a la terraza del viejo edificio de
escaleras de madera a la que no subía nadie más que nosotros. Desde allí se
veían otros patios, algunos tejados y las plantas altas de los edificios de la
ciudad. Yo no me asomaba mucho porque tenía un vértigo horroroso, pero tú te
sentabas en el muro de un metro con las piernas colgando al vacío mientras
cantabas una y otra vez el Here comes the sun sin parar.
Me creía que aquello era
la terraza del domingo astromántico y llené todo de luces blancas que encendía
por la noche, cuando subíamos a cenar con vino blanco barato y hamburguesas del
McDonals. Por las tardes subías la nevera azul llena de cervezas y se nos hacía
de noche tirados en el suelo caliente, me ponía las gafas de sol y miraba
sonriendo al cielo con una cerveza en la mano y demasiadas en el cuerpo.
Tú seguías cantando sin
camiseta y en pantalón corto.
Little Darling,
the smiles returning to the faces…
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