Aunque no lo pareciese
era primavera, hacía muchísimo frío en esa calle, y llovía mucho. Estábamos
debajo de los soportales, yo temblaba con los ojos cerrados, el cielo estaba
nublado mientras amanecía en la ciudad que desde hacía unos días estaba más
gris que nunca. Habíamos vuelto a sacar los abrigos con desgana y tú llevabas
ese jersey de lana gris tan bonito y que tanto me picaba cuando acercaba la
cara a tu pecho. Movías tus manos por mis brazos para darme calor, mientras
intentabas buscar palabras para no hacerme tanto daño, y yo seguía temblando.
Hablabas y hablabas cerca
de mi portal, y me hacía gracia como contabas todo, como el que cuenta que ha
pensado, que ha decidido, que seguimos siendo amigos. Sonreías de medio lado, y
si, se volvía a parar el mundo un segundo mientras yo contenía la respiración;
no parabas de hablar, no dejabas un silencio en el que yo pudiese reprochar algo,
y en realidad yo tampoco podría haberlo hecho, sabía perfectamente que lo
nuestro no funcionaba, ni lo iba a hacer nunca, así que sólo temblaba
escuchando cada palabra que no quería escuchar.
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