Despertarse en aquella
calle era fabuloso, olía a Toscana aún sin estar en ella, en los bajos de su
edificio había una trattoria. Todos los días, en pijama, salía con su taza de
café a la pequeña terraza y leía el periódico en internet mientras el sol de
las 9 de la mañana le daba en la cara llenando su barriga de mariposas. Era estupendo
vivir en Roma, no tenía nada que hacer por las mañanas, pero raro era el día
que se levantaba más tarde de las 10, estar en esa ciudad y no pasear sus calles
sin descanso era pecado capital.
Paseaba Roma con faldas y
vestidos, Roma no estaba hecha para pasearla en pantalón, y menos en primavera.
Se creía Audrey Hepburn en ‘vacaciones en roma’ cuando llevaba la falda plisada
azul y la camisa blanca mientras recorría las calles sin creerse una turista,
queriendo ser una ciudadana romana más, mirando con desdén a aquellos que
querían fotografiar todo sin mirar nada, sólo ’click, click, click’. Solía
apartarse de las calles más concurridas, y pasaba las mañanas en las terrazas
de mesas blancas leyendo o escribiendo al sol, en el poco tiempo que llevaba
allí había escrito más que en los últimos meses en Madrid. Había sido todo un
acierto el salir de Malasaña casi corriendo, dejando atrás la gran ciudad, su
ruido y su música constante. Al principio aquello de no dejar de escuchar
música había sido una bendición, era todo lo que había deseado en la vida y era
feliz, pero al final había resultado todo lo contrario, la música se había
vuelto en su contra pegándole una bofetada tras otra, hasta que metió todos sus
vestidos en una maleta y se fue a Roma.
Tomaba un café tras otro
hasta que llegaba la hora de entrar a trabajar en aquella tienda del Trastevere,
comía poco, cada vez menos, casi toda la ropa le venía grande y se ajustaba los
vestidos con cinturones creando un look casual cuando en realidad apretaba la
tristeza bajo la hebilla. Había encontrado un trabajo de tarde en una pequeña
tienda de ropa preciosa con una puerta de forja blanca en la entrada, vendía
vestidos de flores, camisas de lunares y parisinas con lazos gigantes que le
permitía pagar el pequeño apartamento de una habitación con cocina, baño y esa
pequeña terraza desde la que saludaba a la vida todas las mañanas.
Sólo escuchaba viejas
canciones italianas y únicamente veía películas antiguas en las que normalmente
la protagonista era la Lollobrigida, antes de montar en el avión había borrado
toda la música tanto de su ordenador como de su ipod y el único disco que metió
en su maleta fue el ‘mentiras piadosas’ de Sabina, podía permitirse el vivir
sin música, pero no sin Joaquín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario