Siempre soñó con conocer París y pasear por esas calles que tantas veces
había visto en las películas Francesas, porque a ella el cine francés le
gustaba por mucho que la gente dijese que era horroroso, le parecía que tenía
un color especial y una elegancia innata en casa escena y en cada movimiento de
los actores. Le parecía maravillosa esa sensación de cerrar los ojos y
trasladarse dentro de una fotografía de la torre Eifel en primavera, a los
pasillos del Louvre mientras el sonido de sus mocasines repiquetean el suelo
rompiendo el silencio o pasear por Montmartre una tarde de invierno mientras la
nariz se te congela. En sueños bailaba en las escaleras de la Basílica del
Sacré Cœur moviendo su falda de lunares al viento, colgaba los pies a la orilla
del Sena mientras bebía a morro de una botella de vino tinto bastante malo y
comía pan con queso en los jardines de Luxemburgo.
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