La música se escuchaba
desde la cocina, no encendía nunca el extractor, prefería tener la ventana
abierta aunque hiciese frío, como ahora. La ventana de la cocina daba a un
patio interior por el que subía el olor de la cena de los vecinos y sus
conversaciones a gritos. Nosotros teníamos la suerte o la desgracia de vivir en
el último piso de un edificio sin ascensor, cuando subíamos la compra no nos
gustaba nada, pero nos encantaba saltar al saliente del tejado en las noches de
verano y ver las luces de la ciudad.
Ahora estaba haciendo
tortilla de patata para cenar, mi tortilla te gustaba por encima de todas las
cosas que cocinaba en esa cocina sacada de cuéntame, y me la pedías siempre. A
mi no me importaba pasarme una hora ahí metida, normalmente me ponía esa música
que a ti no te gustaba especialmente, pero hoy estabas haciéndolo bonito, muy bonito,
más que otras veces y no pude evitar mover la cabeza al son de lo que tocabas
con la guitarra una y mil veces.
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