domingo, 29 de julio de 2012

Pizzigatos todos...


Después de meses sin recibir noticias suyas, de repente, un día apareció en la puerta de casa con una caja de donuts en la mano, sabía perfectamente como comprarla. Le pidió un abrazo y perdón, estaba tan airada… Ella en pijama, un moño despeinado y las gafas aún en la mano a medio poner le llamó de todo mientras entraba y se encaminaban hacia la cocina.

De un salto ella se sentó en la encimera de la vieja cocina, al lado de la cafetera, balanceando las piernas. El, sentado en una de las sillas con respaldo dignas de cuéntame la miraba sin decir nada. Seguía exactamente igual que la última vez que la vio, el flequillo le tapaba los ojos y se llevaba la mano izquierda a la boca como cada vez que se ponía nerviosa.

Cuando el café estuvo listo ella ágilmente bajó de la encimera, abrió un armario alto y se puso de puntillas para  sacar dos tazas que no hacían juego, que ironía, pensó. Las puso en la mesa y sirvió el café ‘Yo cortado’ dijo el.  Ella lo miró, suspiró y torciendo el gesto meneó la cabeza sin decir nada.

Con las dos tazas llenas se sentó  al otro lado de la mesa y revolviendo las tres cucharadas de azúcar que había echado al café levantó la vista para mirarle directamente a los ojos con total indiferencia dijo ‘bueno, que’. El con su labia habitual hablaba y hablaba sobre los sitios en los que había estado desde la última vez que se vieron, contaba lo bonita que era Buenos Aires y el frío que hacía en Londres en primavera.

Después del segundo donut de chocolate ella ya estaba cansada, confundida y enamorada como antes de su marcha, lo intentaba disimular, pero su mirada desde detrás de la taza de revólver se lo impedía, y cuando el  dijo que en todos esos sitios la luna llena brillaba igual y que ella seguía siendo la mejor no pudo hacer otra cosa que sonreír con cara de tonta y subir las piernas a la silla acercándolas a su cuerpo

Ella ha caído otra vez

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