Después de meses sin
recibir noticias suyas, de repente, un día apareció en la puerta de casa con
una caja de donuts en la mano, sabía perfectamente como comprarla. Le pidió un
abrazo y perdón, estaba tan airada… Ella en pijama, un moño despeinado y las
gafas aún en la mano a medio poner le llamó de todo mientras entraba y se
encaminaban hacia la cocina.
De un salto ella se sentó
en la encimera de la vieja cocina, al lado de la cafetera, balanceando las
piernas. El, sentado en una de las sillas con respaldo dignas de cuéntame la
miraba sin decir nada. Seguía exactamente igual que la última vez que la vio,
el flequillo le tapaba los ojos y se llevaba la mano izquierda a la boca como
cada vez que se ponía nerviosa.
Cuando el café estuvo
listo ella ágilmente bajó de la encimera, abrió un armario alto y se puso de
puntillas para sacar dos tazas que no
hacían juego, que ironía, pensó. Las puso en la mesa y sirvió el café ‘Yo
cortado’ dijo el. Ella lo miró, suspiró
y torciendo el gesto meneó la cabeza sin decir nada.
Con las dos tazas llenas
se sentó al otro lado de la mesa y
revolviendo las tres cucharadas de azúcar que había echado al café levantó la
vista para mirarle directamente a los ojos con total indiferencia dijo ‘bueno,
que’. El con su labia habitual hablaba y hablaba sobre los sitios en los que
había estado desde la última vez que se vieron, contaba lo bonita que era
Buenos Aires y el frío que hacía en Londres en primavera.
Después del segundo donut
de chocolate ella ya estaba cansada, confundida y enamorada como antes de su
marcha, lo intentaba disimular, pero su mirada desde detrás de la taza de
revólver se lo impedía, y cuando el dijo
que en todos esos sitios la luna llena brillaba igual y que ella seguía siendo
la mejor no pudo hacer otra cosa que sonreír con cara de tonta y subir las
piernas a la silla acercándolas a su cuerpo
Ella ha caído otra vez
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