No sé en qué pensabas
mientras paseábamos junto a la orilla del sena en aquella mañana soleada de
abril, mi falda de flores se movía con el viento y tus tobillos veían la luz
con la vuelta del pantalón que anunciaba el buen tiempo. Yo daba saltitos a tu
lado, tus zancadas eran demasiado largas para mis piernas cortas, me creía
Audrey Hepburn en ‘encuentro en París’ con aquel sombrero de paja en la cabeza.
Tú llevabas el periódico debajo del brazo y estabas más sobrio que William
Holden, aunque no mucho porque llevábamos desde las 12 de la mañana bebiendo
vino, nosotros que siempre hemos sido más de cerveza… pero nos puede un
postureo, a los dos.
Llevábamos unos días
allí, pasábamos medio ebrios todo el día
comiendo pan con queso y bebiendo ese vino francés al que tampoco le sacábamos
mucho sabor. Nos dolían los pies todo el rato, queríamos andar la ciudad, ser
visitantes y no turistas. Cerrábamos los
ojos en los jardines en los que nos tirábamos a descansar, siempre me ha
gustado mirar el cielo azul entre las hojas de los árboles y respirar el olor a
hierba. Tú solías sacar una libreta en la que escribías frases sueltas que
seguramente luego tendrían mucho que ver entre ellas, pero que ahora no tenían
ningún tipo de sentido.
Nos sentamos en una
cafetería pequeña, de esas blancas y azules, con sus mesas de forja en la
pequeña terraza, sabíamos que nos iban a cobrar demasiado por dos cafés pero
los necesitábamos. Mientras intentaba hacerle entender al camarero que quería
otro azucarillo tú sonreías al ver mi letra redonda en una de las páginas de tu
libreta
‘como van a caber tantos besos en una canción’
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